Por Pilar Rius – 09/2019
Este verano y como todas sabemos, han saltado a la palestra los presuntos abusos de Plácido Domingo hacia un número de mujeres, compañeras de escena, que no ha hecho más que incrementarse desde entonces.
El País se puso en contacto con nosotras inmediatamente, así como con otras Asociaciones y compañeras, para pedirnos opinión respecto a un tema cuya complejidad ha generado opiniones enfrentadas.
Siempre que las mujeres alzan la voz, por un motivo u otro, hay polémica a la vista. Está claro que el silencio parece ser nuestro mejor aliado en muchas facetas de nuestra vida personal o profesional, como lo ha sido a lo largo de la historia (nótese el tinte irónico).
Si algo consideramos al respecto, es que no se trata de personalizar en Plácido o en J. Levine, W. Allen, o R. Polanski, sino de poner sobre la palestra una manera de ejercer el poder que se ha perpetuado en el tiempo por parte de algunos hombres que lo detentaban y lo siguen haciendo, que sucedía y sucede en todos los ámbitos profesionales y del que muy pocas nos hemos librado de padecer en algún momento de nuestra trayectoria o período formativo.
Somos conscientes de que lo comentamos mil veces en petit comité, dado que en público acarrearía una serie de consecuencias que, como podemos constatar, no es que hayan mejorado sustancialmente con el paso de los años y sabemos que hay muchas formas de abuso, no necesariamente sexual, sino abuso de poder, psicológico, chantajes, acoso encubierto, invisibilidad absoluta en ciertos ámbitos, etc…Incluso aquellas que lo niegan abiertamente cara a la sociedad, lo han sufrido y es que no es abiertamente palpable ni demostrable.
Quien lo ejerce no es bobo y, o su nivel de impunidad es enorme, o se cuida muy mucho de escoger víctima y momento, de manera que no se perciba, pero sí pueda sembrar duda, culpa y dependencia en quien lo padece.
No se puede exigir a una persona joven que sea consciente de estar viviendo un acoso, porque a veces el tiempo es el que va encajando las vivencias en su sitio y el que ayuda a interpretar aquella situación incómoda que se pudo vivir de una manera benévola y no como una situación de acoso.
Hay casos que han tenido que vivir soportándolo, deseando hacerse diminutas para que ese gran “foco” deje de alumbrarlas y sabiendo que es inútil un enfrentamiento cuando ya lo has perdido todo de antemano. En esos casos, denunciar no vale de nada y solo se piensa en continuar con tu carrera si es que puedes, porque en los peores casos esas denuncias han terminado con vocaciones en las cunetas.
No es tan simple como acostarse con el gran Maestro o no. En el mundo del Arte, el fino resquicio que separa la mentoría del gran “Maestro” hacia la alumna, es tan sutil y sofisticado como una tela de araña.
Por ese motivo las mujeres maltratadas no dan un portazo a la primera, porque piensan que no están viviendo lo que están viviendo, porque piensan que hay un cariño por parte de esas personas hacia ellas y que es una misma quién malinterpreta con torpeza las situaciones y en última instancia y si consiguen desengañarse, porque saben que si lo cuentan la víctima será ella.
¿Es que nadie puede pararse a pensar en el tormento de la mujer que lo padece? ¿Es que nadie piensa que la mente del acosador sabe muy bien lo que hace? ¿Es que no nos cansamos de juzgar siempre a la misma parte?
No, porque gran parte de las opiniones ponían el foco en la cobardía de estas mujeres por no dar su nombre. ¿Los testigos protegidos dan el nombre? ¿Detrás de un testimonio no hay un nombre? Se trata siempre de exigir a la parte débil.
Cuando por fin algunas mujeres, como ha sucedido en este caso, empiezan a alzar la voz, si, sea a los 2, a los 20 o a los 30 años y se constata esta manera de cerrar filas de la sociedad en torno al poderoso, queda más patente que si no se las cree ahora, que nos llenamos la boca de hablar del feminismo de manera vacía, mucho menos se las hubiera creído entonces.
¿Por qué nos extrañamos pues, de que hablen ahora y no entonces, si aún a día de hoy se las sigue juzgando? El juicio previo no se le ha hecho a él. Las sospechas han recaído en todo momento sobre ellas.
Decir que se quiere arruinar la carrera de las grandes figuras, es simplificar enormemente la cuestión, olvidándose de la palabra de las que se han atrevido por fin a hablar, exponiéndose a lo que se exponen y apoyar al «caballo ganador», lo cual siempre es seguro, desde luego.
Simplificar de esa manera, además, no elude la responsabilidad que éstos hayan tenido y el hecho de portarse bien con algunas mujeres, tampoco les exime de haberlo hecho mal con otras.
Lo políticamente correcto es hablar de «presunción de inocencia», pero consideramos que si eso es así para una parte, a ellas se las debe creer hasta que no se demuestre lo contrario.
Como decíamos, no se trata de uno u otro y el colmo de la desfachatez es decir que se ha iniciado una campaña de acoso y derribo al hombre. ¡Por favor!. Todos sabemos qué asunto estamos dirimiendo, a no ser que queramos lanzar balones fuera.
Se trata de denunciar injusticias que también los compañeros de profesión hombres saben que han existido toda la vida, porque muchos las han presenciado, porque algunos incluso han hablado y han denunciado, pero claro, “los valores eran otros”. Para acosar, desde luego que sí, pero para que la víctima denuncie parece no.
Efectivamente, que la justicia resuelva, pero viendo lo mucho que cuesta que una evidencia se pruebe en favor de una mujer, en estos casos nunca se espera nada.
Y mientras nos llenamos la boca de decir que las cosas están cambiando, en 2020 otro hombre, Andris Nelsons, será el encargado de dirigir el Concierto de Año Nuevo de Viena que, aunque poco escaparate y reflejo social puede resultar a estas alturas, no deja de ser un hecho muy significativo